He tenido un sueño extraño. Ante mí se extendían
unos campos inmensos, desiertos, desolados.
Con cadenas de hierro sujeto me tenían
al pie de negra roca. Y hasta la lejanía
veíanse millares de hombres encadenados.
Penas y amarguras cubrían de arrugas las frentes,
pero las miradas ardían con fuego de amor,
mientras las cadenas, cual largas serpientes,
se nos enroscaban al cuerpo inclementes
y nos encorvaba un peso agobiador.
Cada uno empuñábamos un martillo, grande,
y una voz, de arriba, clamaba tonante:
«¡Romped toda la roca! No os amilane
el frío ni el calor. Soportad sed, fatigas, hambre,
pero que caiga toda la roca miserable!»
Como un solo hombre las manos alzamos,
miles de martillos sonaron airados
y miles de esquirlas al aire lanzamos;
con fuerzas de ira, furiosos golpeamos.
Rompían la testa de piedra nuestros martillazos.
Aquel martilleo tenía fragor de cascada,
estruendo de duro y sangriento combate,
pero, paso a paso, la gente avanzaba,
y aunque muchos nuestros allí se quedaban,
¡nadie ya podía parar nuestro embate!
Todos bien sabíamos que honores no habría,
ni humo recuerdo del terrible esfuerzo,
mas todos los hombres avanzar podrían,
si el camino abríamos con furia y porfía,
dejando en las piedras nuestros propios huesos.
Ninguno los laureles ni la gloria buscábamos,
nadie se imaginaba ser héroe o titán.
Las pesadas cadenas voluntarios llevábamos
haciéndonos esclavos de nuestra voluntad,
canteros que le abríamos camino a la verdad.
Estábamos seguros de que la roca se rompería,
de que a nuestros golpes el granito cedería.
La sangre y los huesos nuestros firme camino abrirían
por el que con certeza, tras nosotros, vendría
una vida nueva, luz de un nuevo día.
Sabíamos también que en la tierra lejana,
–para pasar tormentos, un día abandonada–
nuestras madres, mujeres e hijos vertían lágrimas
y que amigos y enemigos con ira nos censuraban
maldiciendo nuestros esfuerzo y nuestra causa.
Sabíamos todo eso. Más de una vez, dolía el alma
y el fuego de la amargura el corazón abrasaba.
Mas ni el dolor ni la pena que el cuerpo martirizaban,
Ni las viles maldiciones nos apartaban en nada
de nuestra empresa: los martillos, incesantes,
golpeaban.
Y seguimos adelante, en mole compacta unidos,
y adelante seguiremos empuñando los martillos.
Aunque el mundo nos olvide, aunque seamos maldecidos,
abatiremos la roca, la verdad tendrá camino,
y sobre los huesos nuestros, vendrá, para todos,
un feliz destino.
Queremos hablar de una poetisa actual, se llama Evgeniya Kononenko. No solo es conocida por sus poemas, sino también es escritora de novelas, cuentos y además es traductora. Además ha escrito libros para niños
Por último, vamos a citar a otro poeta actual, Yuri Andrukhovych, que destaca por sus novelas, poemas y ensayos. Además de ejercer como periodista
Estos son cinco poetas y poetisas ucranianos. Hay muchos más, y seguro que todos ellos, están sufriendo por lo que están haciendo con su país