¡Oh, cerdo,
emperador de la pocilga!:
Hoy, ante
ti, se postra reverente
y estos
versos te endilga
con una
gana atroz de hincarte el diente,
un pobre
vate hambriento,
que admira
el ideal que en ti se encierra;
ideal
suculento;
el único
tangible de la tierra.
Los demás
son quiméricas utopías,
tomaduras
del cuero cabelludo
e ilusiones
impropias
de un
hombre, que se precie de sesudo.
Permite que
te admire, ¡oh, gran marrano!,
por
diversos motivos;
pues,
muerto, vales más que muchos vivos
de este
género humano,
al cual,
con honda pena, pertenezco,
tal vez,
porque ser cerdo no merezco.
¡Rey de las
subsistencias!
en esta
edad, agosto de tenderos,
que
llamarán los siglos venideros
"la
edad de las forzosas abstinencias",
cuando el
suspiro postrimero exhalas,
tus
despojos aprontas,
y aunque no
tienes alas,
con ellos
te remontas
por encima
de pueblos y naciones,
y subes,
subes, subes,
con tus lomos,
chorizos y jamones,
hasta
ponerlos todos por las nubes.
¡Oh, ven
hacia mi, cerdo gordito!;
aunque...
no vengas solo,
pues con
todas tus cerdas yo te admito.
Ven sin
ceremonial ni protocolo,
que aquí te
espera ansioso mi apetito,
de par en
par abierto,
y te aclama
mi estómago desierto.
Si vienes,
subirás a mi buhardilla,
partiremos
a medias las bellotas,
merendarás
papilla
y hasta, si
quieres, te pondrás mis botas
y saldrás a
la calle con sombrilla.
Tendrás tan
rico trato,
que
comeremos en el mismo plato;
el peine te
daré con que me peino,
y hasta te
haría Senador del Reino,
si
encontrase algún modo
de llevarte
al Senado;
pues, sé,
por descontado,
que allí no
harías mal papel del todo.
Tuyo será
mi lecho por las noches;
y cuando el
gorro de dormir te pongas
y la fina
camisa desabroches,
seis
castañas pilongas
te ofreceré
en la cama,
cual se
ofrecen bombones a una dama;
y después
del manjar refrigerante,
para
arrullar tu sueño interesante,
si Dios no
lo remedia,
te leeré...
del Dante
"La
divina comedia".
Ven, ¡oh,
marrano!, ven, ven a mis brazos,
que
muriéndome estoy por tus pedazos.
Aunque he
de darte muerte traicionero,
tendrás en
mi un amigo verdadero;
y tras
tanta amistad, quizá te asombre
lo que
pienso al final hacer contigo;
mas, ten en
cuenta, que esto que te digo,
a cada paso
suele hacerlo el hombre
con su
mejor amigo.
Ya ves tú,
que indecente
es el
género humano;
entre un
hombre y un cerdo, francamente,
yo no sé
cuál resulta más marrano.
¡Oh...
cochino grasiento!;
después de
las mujeres,
del
espíritu gala y ornamento
y quinta
esencia de lo suculento,
sin
disputa, tu eres
el más
aprovechable de los seres.
¿Quién vale
lo que tú, sobre el planeta?
Por los
restos de un sabio ya difunto,
no hay
patrona que suelte una peseta;
mas, de los
tuyos, compran hasta el unto;
que, sin
pizca de fibra,
suele
venderse a dos pesetas libra.
¡Ah!, mil
veces dichoso
el hombre,
envidiado ni envidioso,
que por el
turbio mar de la existencia,
mientras la
humanidad, sudando el quilo,
interroga a
la esfinge de la Ciencia,
confiado y
tranquilo,
en su
barquilla va, llevando a bordo
una hermosa
mujer y un cerdo gordo.
Ven hacia
mi, ¡cochino, puerco, guarro!;
y, aunque
te llamo así, no es como insulto;
pues, te
admiro, por noble y por bizarro,
y te rindo
más culto,
que a
muchos personajes de gran bulto,
que desde
el Rhin al Ebro,
andan, por
un error sobre dos patas,
y escondida
en el fondo del cerebro
llevan la
fe de erratas.
¡Cuánto
envidio tu suerte y tu destino,
simpático
cochino!;
que, aunque
al fin te asesinan, por de pronto,
todos en
vida endulzan tu camino;
yo, en
cambio, del vivir, la lucha afronto
y al
pudridero iré cuando sucumba;
mísero
porvenir de los humanos;
para que
allí me coman los gusanos;
mientras
que tu encontrarás más digna tumba.
Pues, los
hombres seremos
los gusanos
que a ti te comeremos.
¡Oh,
cerdo!, mi ideal inaccesible;
como el de
Bécquer, véote imposible;
oncorpóreo,
impalpable,
y será muy
probable,
que a pesar
del volumen de tu masa
y de tu
mucha grasa,
aún siga
concibiéndote mi mente
como un ser
fabuloso eternamente.
Enamorados
hoy de tus hechizos,
los vates
te disparan sus canciones
y a
celebrar acuden, tus chorizos,
tu tocino,
tu lomo, tus jamones,
tus ricos
chicharrones,
tus
sabrosas morcillas,
tus orejas,
tus patas y costillas;
pues todo
es comestible;
nada hay en
ti, de la cabeza al rabo,
que por no
ser bastante apetecible,
redunde de
tu fama en menoscabo.
¡Ay, cómo
los poetas se relamen,
escribiendo
las odas del certamen!.
Cerdo mío,
no escuches
sus cantos
de sirena tentadores;
pues te
alaban traidores,
para que
luego vayas a sus buches,
sin pompas,
sin honores;
pobre y
oscuramente,
como vulgar
sardina mal oliente.
En cambio,
yo te juro,
si acudes
de mis ripios al halago,
que bajarás
al inmortal seguro
con más
magnificencia que un rey mago.
Te haré un
entierro, no de los modestos,
sino de los
que llaman de primera;
y hasta la
tumba bajaré tus restos,
al compás
de una lánguida habanera.
Iré a
llorar con lágrimas de grasa
sobre tu
tumba amiga,
y hasta
pondré una gasa
de luto en
la barriga.
Y cuando al
libro pases de la historia,
si el
premio gordo, el hado me procura,
para rendir
tributo a tu memoria,
con champán
regaré tu sepultura.
Postdata
que te envío:
Gloria y
prez de los cerdos de Segovia,
si al fin
no has de ser mío,
permita
Dios que mueras de hidrofobia
y te tiren
al río.
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